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Cartografías del antropoceno: Estancias de Emilia Tangoa

Reescribo relatos en apuntes de viajes y botánicas de saqueo

Ana Varela Tafur

Esté donde esté ante una nueva publicación de la poeta Ana Varela Tafur, ella me hace llegar un ejemplar. Es un gozoso gesto de nuestra amistad. Recuerdo el  poemario «Lo que no veo en visiones»,  ganador del premio Copé, y que ha cumplido treinta años de su publicación, con su autógrafa, me entregó en la Plaza de Armas de Iquitos (Perú) en una improvisada tertulia en una de sus bancas y lejos de la atronadora bulla que acosa la ciudad insular. Desde entonces, nos recomendamos libros, escuchamos consejos, conversaciones largas de la situación diaria de la floresta y de la escritura en estos tiempos líquidos sumergidos en la grisura. Hemos intercambiado cartas y postales desde diferentes lugares del mundo. Apenas se publicó, «Estancias de Emilia Tangoa», el ejemplar me llegó a Madrid y lo recibí con alegría –es una edición pulcramente editada y cuidada. He estado al tanto de la intrahistoria de este poemario, como ya sabemos, Ana corrige y corrige con oficio, pule cada verso, cada poema, revisa el título del poemario hasta identificarse con él. Cuida con celo cada detalle. Parto de la idea que la impronta en la Amazonía continental del Grupo Urcututu (GU) de vincular la memoria histórica, la ecología y la escritura, cada integrante lo ha pergeñado a través de su propia gramática personal, en el caso de Varela Tafur lo tenemos desde sus primeras publicaciones. Creo que la propuesta poética del GU rebasa las irritantes fronteras administrativas de los países de la floresta, con oficio y lucidez han garrapateado los márgenes de estos barrizales. El último poemario de Varela, el título y tono me suena a la letra de un blues de los humedales, es una desgarradora cartografía del antropoceno. De aquellos y aquellas que hemos sufrido y sufrimos a diario este grave momento histórico del planeta azul. Para ello ha pespunteado el poemario en tres mapas: de los Humedales, Cauces y recorridos, y Varaderos. Las tres topografías son parte del paisaje amazónico. No es un paisaje prístino como nos venden las empresas de turismo y la burocracia de los trópicos, es un paisaje dañado como cuando señala: «De paso por una ribera urbana he visto garzas/ en los márgenes de un caño y en fila en los desagües», que sufre las consecuencias del extractivismo y el desarrollismo desnortado, nos señala: “Hay que desviar el cauce del río –urden los embaucadores/ En sus delirios habita una central hidroléctrica». Una de las claves es aproximarse al poemario desde la sensibilidad del ecofeminismo, como lo demuestra el poema Que la arena nos traiga tu belleza. Además, hay que ajustar la mirilla con los ojos de ese «lector o lectora tierna» que nos pergeña la escritora polaca y Premio Nobel de Literatura, Olga Torkarczuk, al leer y escribir hay que darlo todo. Es uno de los poemarios de Varela donde el acento a la ecología, es más que palpable, rebosa en cada verso –no de esa ecología del norte sino del sur que sufre los atropellos en nombre del progreso; su mirada es desde la ecología de los pobres como nos advirtió Joan Martínez Alier. Sin esa lente estás miope, te estrellas en interpretaciones fáciles. Ella empieza en Humedales diciendo: «De un bosque soy, de sus humedales», es su huella digital y afirma su florestanía (ciudadanía de la floresta). Esta primera parte el paisaje no es sólo el bosque, son también las personas que lo habitan. Es una floresta vivida no sólo imaginada. Una muestra es el poema Zonas de sacrificio que se refiere a Madre de Dios y los estragos de los garimpeiros, dice: «Floresticidios, arrasadas selvas desertificadas/ vacíos de biodiversidad, invasión de máquinas». Recordemos que estas estancias o parajes son un simbólico homenaje a la abuela de la poeta, que sella uno de sus rastros biográficos. En la segunda parte, de Cauces y recorridos, sigue en la misma singladura, ya no en los humedales sino en los cauces fluviales, aquí la voz poética la tienen con más peso las poblaciones ribereñas. Es un novedoso levantamiento de la etnografía de estos cauces donde los mitos son reescritos como es el caso del bufeo colorado, nos dice: « Bufeo, te veo vestido de regatón o de amante ribereño». La tercera parte Varaderos es donde remarca con más peso los ruinas del extractivismo que adolecemos los que vivimos en estos bosques. Precisar que los varaderos son los puentes naturales entre cuencas fluviales que nos prodiga la naturaleza –era además el nombre de la revista cultural que dirigía Varela Tafur por los años noventa. Me parece que la poeta ha atado desde los humedales hasta los varaderos con extraordinaria simetría. En el primer poema, El mar antes del infierno, de Varaderos remarca: «Región alucinada, laberinto de reinos inconclusos». En el poema Márgenes pinta un penetrante  cuadro de la ciudad más allá de la recurrente huachafería de rellenarle de adjetivos que no la tiene. La ciudad insular no está ajena en toda su poética, la llama isla de iniquidades o menta a las botánicas del saqueo. «Estancias de Emilia Tangoa», propone una sugerente y nada complaciente lectura de la floresta. Zarandea los lugares comunes que está lloviendo en estos márgenes.

*Ana Varela Tafur. «Estancias de Emilia Tangoa». Pakarina ediciones, 2022. Sus poemas y poemarios han sido traducidos al inglés y al italiano.

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