Las guerras no nos dejan en paz

Somos un país de una larga cultura extractivista. Esa lógica del descepe, preferentemente, sobre los recursos naturales, aunque no solo de ellos, nos ha perjudicado nuestra manera de pensar, de relacionarnos con el entorno natural, con las otras personas. El corto plazo ha encontrado el hábitat perfecto para anidar dentro de esta cultura. Para nuestra desgracia pensamos que esa es la luz salvadora de los males nacionales, miremos a nivel regional la decrepitud a la hora de gobernar – no es sólo este gobierno sino es el cúmulo de personas ineptas que nos han gobernado, sepan ustedes perdonar el tono. Y como ciudadanía, hay que reprocharnos también, poco que hemos exigido a estas autoridades en la rendición de cuentas. Autoridades grises y ciudadanía pasiva es un cóctel perfecto para la corrupción. En este contexto, tenemos el libro “Guerras del interior”, de Joseph Zárate, este periodista limeño se declara nieto de una kukama que sufrió el exilio de sus bosques. En el libro se abordan tres situaciones relevantes sobre los recursos naturales conectados con dramas humanos, a través de crónicas que han sido galardonadas en premios relevantes. El primero de ellos es el caso Saweto, del célebre defensor de los bosques Edwin Chota, quien fue acribillado a balazos asesinos y cuyo proceso judicial todavía da los últimos coletazos por estos días. La segunda historia es sobre Máxima Acuña, tenaz campesina defendiendo su tierra, a ratos este suceso épico me recordaba a las gestas andinas narradas por Manuel Scorza, una mujer y su familia detuvo a una poderosa minera. Y la tercera crónica se sumerge en las consecuencias de la marea negra o de la contaminación petrolera en la floresta, en el territorio awajún, en la Comunidad de Nazareth a través de un personaje de carne y hueso como Osman Cuñachi. Quizás la única pega, a estas punzantes crónicas, sea que estas historias no se han presentado en un contexto del antropoceno y de cómo se vive en el sur para el bienestar de los que viven el norte. Ojalá la lectura de Zárate espolee a los que vivimos en la floresta contra estas agresiones que son el pan del día.