Surcando del Amazonas al Tajo (I)
Muchas de las gotas del Océano Atlántico llevan aguas del Amazonas, pero también de los ríos de este lado del charco, entre ellos del Tajo que pasa por Lisboa broquelando una vista impresionante ante el azul océano. En Madrid, el injustamente zarandeado río Manzanares, es también uno de esos afluentes del Tajo. El agua nos enlaza a los amazónicos y a los pobladores de la península ibérica. Bajo esa apostilla fluvial partimos desde Madrid a seguir las huellas natales del fotógrafo luso, Silvino Simões Santos Silva, quien fotografió y filmó las estancias caucheras de Julio C. Arana. Santos sin querer había trazado la ruta imaginaria de surcar estos ríos. Para el camino pedimos ideas a mi amigo, Carlos Díaz Scharff, amazónico que vive en Portugal más de cuatro lustros, en Azambuja. Con gracejo le decimos que es un cónsul cultural honorario de Perú en esa parte de la península, por su bonhomía y buen hacer, tuvimos con él, en Azambuja, largas discusiones, mojados por las ideas de Basadre, sobre Perú problema y posibilidad que incluye, como no, a la floresta. Partimos en tren de Madrid a Badajoz que le separan cuatro horas, recorriendo las calles de esta ciudad extremeña, y sin pensarlo, comimos en un restaurante peruano –gran metáfora de la inmigración y del valor de los fogones peruanos que se ofrezca platos incas hechos de manos españolas. Desde esta ciudad amurallada fuimos a otra ciudad cercada en Portugal como es Elvas, es un viaje en el tiempo y sin fronteras por territorio europeo, su patrimonio monumental está de pie, todo lo contrario a Isla Grande que tiende a arrasar todo en nombre del progreso. En Elvas seguimos a huella judía, recordemos que cuando los Reyes Católicos los expulsaron siguieron esta ruta –este mismo camino del éxodo lo hicieron los padres de Baruch Spinoza, terminando en los Países Bajos, Inglaterra, Francia entre otros países. De Badajoz fuimos a Évora, en tierra portuguesa. Allí nos hospedamos en «La casa do escritor», una posada de descanso y reflexión donde había nacido un importante escritor portugués, Gabriel Victor do Monte Pereira. Y en Évora, siguiendo el mismo guion de Elvas, la ciudad mantiene y valora su patrimonio monumental y saca provecho de ello con el turismo. En esta ciudad está presente la huella romana con el Templo de Diana que es paso obligado al visitar la ciudad. Además, cuenta con la «Capela dos ossos –una capilla que alberga muchos huesos humanos juntos que causa gran impresión. El próximo destino, en tren, era Lisboa y de ahí para Azambuja donde nos esperaba Carlos y Carla. Cuando recorro estos lugares fuera del piélago verde de soslayo miro la floresta y sus problemas, preguntándome ¿Encontraremos el camino del buen vivir?
P.D. El título de esta crónica la sugirió F, de gran metáfora fluvial.