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Tras los pasos de Spinoza (I)

Cuando nos planteamos viajar hay diferentes maneras de aproximarnos a un lugar. No se puede ver todo, hay que elegir y sabemos que toda elección es trágica. Eso sí, cuesta un pelín más informarse, pero es cuestión de dedicarle unas horas antes de la partenza. Habíamos decidido ir a recorrer los pasos de Baruch Spinoza. Diferentes lecturas me remitían a este solitario filósofo que escribió entre otras obras, «Ética demostrada según el orden geométrico », para mí este libro es como el «Ulises» de Joyce en la literatura, un libro nada fácil, que requiere mucho sudor. Me sedujo el modo de concebir su obra como un universo cerrado. En una de sus novelas el escritor norteamericano, Paul Auster, también apela a este pensador español-luso- holandés que fue anatemizado en la sinagoga portuguesa de Ámsterdam, el tono de la excomunión fue una de las más lacerantes que se dijeron en siglos. Leer al neurocientífico portugués, Antonio Damasio, en el texto «En busca de Spinoza» me atizó que algún día iría tras sus huellas y había llegado ese momento. El zurrón tenía que estar preparado. Así que trazamos la ruta por los Países Bajos. La idea era ir a Ámsterdam donde hay una efigie de él en una plaza pública. Luego a Rijnsburg donde vivió unos años y, finalmente, a La Haya donde está un centro de estudios y muy cerca de allí, el lugar donde está enterrado este silencioso, pero acucioso filósofo que pulía cristales. Así que salimos una tarde noche de Madrid con rumbo a los rastros de Spinoza. El transporte en tren en los Países Bajos es muy bueno y puntualísimos, pero agobia los bolsillos. La ruta por la ciudad de los canales estaba aliñada con olor a porro (marihuana) y la riada de bicicletas, como dijera con gracejo una vez el poeta amazónico, Jorge Nájar, ante el mismo olor a porro mientras caminábamos en Madrid, «el olor a juventud». El único recuerdo de la ciudad sobre este filósofo es una estatua que quedaba muy cerca de uno de los canales y próximo a un bullente y simpático mercadillo. Nos costó llegar por la información poca precisa que tuve sobre la estatua de una crónica de viajes. Mi apunte decía como referencia: Plaza de Waterlooplein y la estatua en Niewemarkt, con la ayuda de GPS y la paciencia de F pudimos dar con él – mi problema con los GPS, que adora mi sobrino Rafael, es que no nos deja perdernos en la ciudad – perderse es también conocer y conocerse. Allí estaba con el rostro sereno y un traje con adornos de periquitos y gorriones, esta última ave es el emblema de la ciudad. Saqué el libro de Ética de Spinoza y nos tomamos una foto con la estatua. Muy cerca, a unas calles está la famosa sinagoga portuguesa de Ámsterdam donde Spinoza fuera excomulgado por sus ideas que revolucionaron el modo de aproximarse a Dios. Habíamos cumplido una parte de la trocha del viaje que mereció un buen café que nos supo a gloria.

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