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¿La maraña es un país para escritores?

Esta crónica ha sido espoleada por el artículo de José Ángel Mañas No es un país para escritores. Mañas quien escribió la novela Historias de Kronen, hace un repaso de la postura intelectual de escritores franceses e ingleses en relación con la palestra y añade también a la actuación de los escritores en esta parte de la península. Recuerdo que la revista Debate en Perú hacía una encuesta anual para saber el poder de los intelectuales referido a la almagrada arena pública, casi siempre salía Mario Vargas Llosa – en Iquitos se hizo una magramente. El defecto de la encuesta de la revista Debate era su mira centralista en un contexto en cual Sendero Luminoso acechaba al quebradizo Estado peruano. Mañas sostiene que la actitud de los escritores franceses difiere sustancialmente de los ingleses. En el lado galo la presencia de los intelectuales en el foro público es más remarcada, las intervenciones causticas, por ejemplo, de Michael Houllebecq escuecen a muchos sectores en especial a la progresía. En el lado inglés y norteamericano, la presencia es desapercibida, están centrados en escribir ficción y ficción de la buena, salvo excepciones que hurgan con el dedo en el ojo del poder. En el caso español se diluyen en las columnas de opinión.  Ello me llevó a pensar el rol del escritor o escritora en la maraña ¿El palustre es un país para escritores? Estamos muy lejos del caso francés o del lado inglés, pero muy lejos. La intervención en el ágora de los escritores en este lado del pajonal ni siquiera es tenido en cuenta, es decir, pasan olímpicamente desapercibidos. El comentario tiene fecha de caducidad, se diluye a los cinco segundos de pronunciados. Es cierto también que hay mandarines culturales (de gran afición y vocación autoritaria), pero con calor y olor a trópico, que intentan con sus opiniones llamar la atención de determinados problemas del marjal, pero estos comentarios son tomados como picajosas anécdotas o jocosas ocurrencias –tampoco en los trabajos de ficción son relevantes. Creo que más bien, como en el caso español y siempre ajustando las escalas, grados y proyecciones, se disipa en las adustas columnas de opinión que para la mayoría de la gente le parecen sosas y aburridas, tediosamente largas –debo incluirme. Hablando en plata, la maraña no es un país para escritores y escritoras en cuanto a opinión.

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