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Bitácora de los meandros: Ukamara. Ojo de serpiente

De lejos se ven mejor los desperfectos del mundo

Carlos Reyes

En mi reciente periplo por el palustre recibí, con la autógrafa de Carlos Reyes Ramírez, el poemario, «Ukamara. Ojo de serpiente», de reciente publicación –hay que elogiar la prolija edición. Con Carlos me une una amistad de largo tiempo. Fue el primero del Grupo Urcututu a quien conocí, en una noche de copas en el Amauta de Iquitos, Perú, y claro, hablamos de literatura. Después nuestra conversación continuó en diferentes puntos de la floresta. En Nauta, Requena o Iquitos, no recuerdo haber hablado con él en un lugar que no fuera este piélago verde. Recordar que en 2022, se cumplió treinta y cinco años que ganó el Copé de Poesía, con su poemario «Mirada del búho», siendo este una alabarda a la escritura centralista. Con esos precedentes y antes de embarcarme a su reciente libro repasé, «Las provincias secretas. Antología poética 1987- 2011», tengo entendido que el florilegio fue hecha por el autor, teniendo como base sus textos ya publicados. Con ese impulso y aliento ingresé a «Ukamara. Ojo de serpiente», como en su primer poemario, «Mirada del búho», los poemas brotan de la mirada. Reyes Ramírez es un bizarro fisgón del patio de aguas y de otras latitudes, está muy atento a lo que ocurre en la palestra, no está ajeno y participa de ella; el poeta no se encierra en su atalaya. Una muestra de esa inquietud cuando restalla con sutileza la contaminación del río Nanay: «Decide rama del campo, y retorna a las riberas del Nanay/ a mirar las aguas que se vacían en el Atlántico, a sentir el/ frío fluvial, mientras los peces migratorios, contaminados/ viajan desde los aguajales y lagos perdidos en la profundidad del bosque». El poemario te atrapa desde las primeras páginas, como las dedicatorias entre ellos a los sobrevivientes de estos maltrechos bosques. O el diálogo de dos pájaros bajo un soplo de perspectivismo de Eduardo Viveiro de Castro, y el penetrante ojo de la serpiente lo es. Ha dividido el poemario en Buhoneros y barajas, Universo Ukamara y Animales de diciembre. Así como García Márquez repujó el condado literario de Macondo para poder contar ese mundo, aquí Reyes Ramírez ha pergeñado el universo de Ukamara, que es: «(…) es ojo de agua, galaxia recién explorada, unidad sideral y esmeralda como huevo de perdiz». Es una gran licencia creativa para atisbar lo que ocurre en estos márgenes. Ha construido con solvencia una realidad poética suturando el relato mítico con la historia cotidiana sin traumas ni desgarros cuando dice: «Ukamara creó los astros errantes en el infinito y encajó/ el microbio que preñó a la boa de donde nació el primer hombre». El mundo Ukamara tiene sus ecosistemas como son el universo creciente y el universo vaciante, que son una de las constantes preocupaciones del vate de Requena y razón tiene, estas dos estaciones en la floresta marcan mundos completamente diferentes como el río Yukón, en Canadá, que ofrece dos vidas distintas con las aguas con hielo y en el deshielo. Es una pulida imagen cuando asevera: «Cuando el agua baja su caudal aparecen los barrizales/ como un neonato que aspira el primer golpe de aire en las/ salas de maternidad son estas ciénagas en donde nacen las/ plantas, los microbios y los reptiles que aguardan», que en clave amazónica significa el reciclaje de la creación, él lo sabe porque es un viajero que husmea meandros. No es casual que la primera parte del poemario empiece con Buhoneros y barajas, entre esos sobrevivientes del antropoceno están los buhoneros, esos personajes que recorren los ríos amazónicos, sobreviven cambiándose de piel a los tiempos históricos como hasta hoy. En la segunda parte, Universo Ukamara, escruta el universo creado. Ukamara, es universo, es dios, es naturaleza, es memoria histórica como el caso de las muertes de los matsés (intencionadamente zoilos en el palustre han quitado hierro a este episodio), es humanidad,  es omnipresencia como el de la serpiente en la mente de los amazónicos y amazónicas, es un logro creativo de gran hondura. Como lector uno siente la mirada imperturbable de los ojos de esa sierpe que nos paraliza, es que estamos rendidos a su palabra. El poeta Reyes Ramírez, por su formación de biólogo sigue explorando los meandros que no es sólo una imagen del paisaje sino que es experiencia vivida de los arrozales, de los platanales, de los barrizales. Llena de lodo las idílicas (y falsas) fotos sobre la floresta para mostrarnos una de sudor y de las voces de los indignados, de los que no participan de la fiesta. Sabe que los caminos fluviales no son rectos sino tortuosos. En la parte de Animales de diciembre se entrecruza gotas de su infancia como en El niño que molía ají o en el poema Parlamento con Isabel donde la observación zahorí no se ciñe a este lado del pantano sino que escruta más allá de él, al remarcar: «Toda guerra es una celebración de la muerte» y sabemos las consecuencias de estas, de las guerras, dentro y fuera de la floresta. Animo al lector o lectora a seguir en ese infinito diálogo para celebrar a «Ukamara. Ojo de serpiente». Leer a Reyes Ramírez es sacudirse de la grisura que circularmente visita los meandros y barrizales.

Reyes Ramírez, Carlos. Ukamara. Ojo de serpiente. Pakarina ediciones, 2022.

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