La Amazonía herida, pero rexiste
Desde hace mucho tiempo un libro sobre la Amazonía no me sacudía tanto. Después de leer unas páginas me quedaba aturdido porque me cuestionaba todo lo que venía haciendo. Te hace preguntar lo poco que das. Te indigna. Hay pasajes de profundo desconsuelo cuando narra las batallas de los nadies en la floresta, dejas escapar una lágrima de impotencia. Está lejos de los textos que dibujan o redibujan a la floresta como si esta fuera el Edén o el reino fluvial de la pachanga –para muchos el progreso de la Amazonía pasa por que esta sea el centro de la fiesta o de las fiestas. Es un texto transgresor, no solo en ideas porque atraviesa a la escritura. Intenta torcer (en el mejor sentido) las ideas preconcebidas de los viven felices en el norte económico sin ápice de culpa con lo que ocurre en este lado del mundo. Ante todo, tenemos una feliz coincidencia, que estamos ante un libro de márgenes que lanza venablos hirientes al centro que anda muy ufano cuales narcisos consumiendo soja transgénica, comida vegana, vehículos eléctricos entre otras vanidades, mientras que el planeta se encamina al precipicio. Desde esos márgenes señala que en la Amazonía tenemos muchos centros. Me estoy refiriendo al gran libro de la periodista brasileña Eliane Brum «La Amazonía. Viaje al centro del mundo». Es un libro de su experiencia de lucha y tozudez en esa parte de la floresta, ella vive en Altamira, Medio Xingú, Amazonía (Estado de Pará en Brasil) que supera de extensión a Grecia o Portugal; allí campea la inseguridad tanto que los conflictos sociales se resuelven a punta de pistolas y muertes; el índice de criminalidad es pasmoso. Brum se ciñe a la experiencia brasileña –ella habla de los brasiles-, sería bueno también conocer de las otras experiencias en la selva de Bolivia, Colombia, Perú, Ecuador y de los otros países amazónicos. Sus páginas están lejos de ese remilgado relato antropológico que en lugar de poner luz fosiliza a los integrantes de los pueblos selva que integra, por ejemplo, a las poblaciones ribereñas, quilombolas o en palabras de Jorge Gasché, a las personas de la sociedad bosquesina. Es muy interesante la cita de la entrevista a Eduardo Viveiros de Castro y Deborah Danowsky donde se apela a la experiencia indígena para poder afrontar este mundo de la emergencia climática, recordemos que estos pueblos llevan quinientos o más años resistiendo o rexistiendo. Es un libro que te inquieta, que no te deja dormir, te aguijonea las ideas. No es un libro complaciente con lo que está ocurriendo en la floresta. Te quedas con un escozor cuando relata el trauma (solastalgia) que produce para la población el llamado progreso como es la construcción de presas como la de Belo Monte que está liquidando el bosque y deforestando a las poblaciones que viven en ese entorno, hay un grupo de apoyo integrado por psicoanalistas y psicólogos para que ellos puedan verbalizar la tragedia; esa presa está cambiando el alma del río Xingú. Es el despojo en todo regla promovido por los líderes de la izquierda desarrollista y continuada por gobiernos siniestros como el de Jair Bolsonaro –en la Amazonía norte de Perú también tenemos remedos de estos bolsonaros. Es un libro que me recuerda a la filuda navaja que corta el ojo del film de «El perro andaluz» de Luis Buñuel, leerlo te cambiará tu relación con la floresta.
Enlace de la inquietante entrevista de Eliane Brum a Eduardo Viveiros de Castro y Deborah Danowsky lo pueden ver en: https://lobosuelto.com/dialogos-sobre-el-fin-del-mundo-con-eduardo-viveiros-de-castro-y-deborah-danowsky/