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Paris no termina nunca

Foto: Un pasaje parisino

«Paris no se acaba nunca», es una novela del universo narrativo de Enrique Vila- Matas. Pero como todas las grandes ciudades, no se acaba nunca y esta tiene muchas caras como la ganada antipatía endémica de los parisinos [como el clasismo limeño] (no he encontrado muchos parisinos con ese perfil repelente, pero existen estos personajes como en todas partes). Esta vez estuvimos por el barrio de Boulonge –Billancourt, unos cuarenta minutos caminando está la sede del Grand Slam de tenis Roland Garros. Es un barrio tranquilo, la multiculturalidad (a pesar de los gritos nativistas Le Pen y los chalecos amarillos como nos comentaba un joven muchacho marroquí, con dos y tres trabajos a la vez, que tiene pánico cuando esta tribu sale a las rúas) se transpira en las calles y se encaja mejor que en España. En esos garbeos nos topamos con un restaurante peruano de nombre «Nazca» también uno libanés, marroquí y muchos más. Hay cafés para la tertulia -espero que no sean como en Barcelona que en algunos cafés te condicionan el tiempo que debes estar sentado bebiendo gratamente un sorbo de cafeína, George Steiner decía que en Europa las revoluciones nacían en estos cafés, pero parece que el dinero quiere emascular la esencia de estos.

La joya a conquistar esos cortos días en París era la Biblioteca Nacional de Francia –tiene dos sedes, fuimos a la de la calle Richelieu. La historia de la biblioteca se puede encontrar en el exquisito libro de Alberto Manguel «La biblioteca de noche», para aquellos que aman los libros recomiendo leer estos folios de gran erudición – se demoraron diez años de construirla. Con la meta clara fuimos a la biblioteca donde tiene su sede el archivo de mapas. El objetivo era indagar sobre uno de los primeros mapas pergeñado sobre la Amazonia hecho por Samuel Fritz, el historiador José Barletti tiene unas jugosas apostillas sobre él; el mapa de Fritz estaba en el zurrón de viaje de La Condamine. La entrada a la biblioteca tiene un bello jardín con plantas y sillas para descansar –en Francia el derecho al ocio y al descanso está socialmente bien construido, no necesitas gastar dinero para ejercerlo. Entraban muchos jóvenes para visitarla. Una señora muy atenta, en español, nos mandó a otro de sus compañeros de información. Primero un poco recelosa la señora de información, de gafas negras mezclaba francés y español al mismo tiempo –felizmente está F quien me echó un cable con el francés, después de unos minutos nos dio generosamente la información sobre el mapa de Fritz. Estaba allí, pero no podía acceder a él salvo que tuviera el carné de investigador que no lo tengo, además este se puede bajar por la red.

Al saber esto, aprovechamos para ir a la parte donde reposan los libros parece un sueño de la biblioteca de Alejandría o una quimera borgiana que no quieres despertar, la sala de lectura «Labrouste». Te quedas añorando y suspirando libros y estanterías. En Paris uno de los compañeros de viaje fue el libro de Jorge Carrión «Barcelona. Libro de los pasajes», un bello texto que me permitió gozar de los pasajes parisinos que atraviesan una manzana con tiendas de antigüedades y de productos actuales como el que está en la imagen; es un gran paréntesis urbano, un remanso al bullicio urbanita. En Barcelona hay muchas, cuenta Carrión, en Isla Grande hay pasajes, pero estos son otra historia.

Unos días en París.

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