Apuntes de viajero
Cada vez que regresa a Lima el viajero la encuentra que no ha cambiado nada. No me refiero a los cambios físicos que los hay porque cada obra pública que se erige en esta está en desmedro de una ciudad o pueblo al interior del país que tiene mayor necesidad y urgencia. Es el vórtice del centralismo que atrapa hasta el pensamiento. Esta ciudad gris, de invierno de humedad y poco sol, sigue siendo fragmentada y cerrada, con visos a profundizarse. Es la metáfora de un país que anda a la deriva y en patinete –un pensador francés hacía alusión a esa infantilización social y global cuando observa a la gente mayor movilizándose por este medio. El transporte público es un caos y va a peor –con un alcalde que hace gala de su inutilidad siendo aplaudido en una ciudad de la floresta cuyo nombre no quiero recordar. Las personas en esta ciudad anárquica pierden más de dos horas de sus vidas para llegar de un lugar a otro. El guardia de tráfico está en una esquina observando cada barrabasada y no hace nada, deja hacer y pasa de todo porque está comentando con el colega que su equipo fue eliminado de una competición sudamericana. Todo anda revuelto. Los sábados oteo el diario y la revista que se adjunta solo tiene como atractivo presentar comidas y cocineros (pocas cocineras) en un país con déficit alimentario, aunque esta contradicción es casi mundial, nos estamos muriendo de hambre y gozamos de las delicias del caviar del mar Báltico. O la revista de marras sigue entrevistando a las viejas glorias de siempre que poco aportan. Es una ciudad de panakas que se puede observar en los cerrados y cansinos sanedrines culturales: son los y las patas de siempre, no se rompe esa dinámica, sigue en el viejo orden. Vas a la librerías y no pueden ojear un libro porque estos están envueltos con plástico ¿? Pero están, al mismo tiempo, en una agresiva campaña para la lectura, ignoran el placer furtivo de leer las páginas de un libro por unos minutos. Es una ciudad que se relame de su provincianismo mental eso preocupa al viajero. Otro sí: Le perturba al viajero el dejo fingido, melifluo y de vocales alargadas del final de una palabra de los limeños y limeñas, prefiere más el acento amazónico.