«Estos días azules y este sol de la infancia»
Unos meses antes discutíamos con F la posibilidad de ir por el sur de Francia, llegar hasta Collioure, o Colliure en español, en la región de la Occitania. Ella se puso a cuadrar fechas, lugares, alojamientos, presupuestos, cuando algo se le mete entre ceja y ceja no cesa hasta conseguirlo. El viaje trazado era hacer el periplo final del poeta Antonio Machado. Habíamos estado en muchos sitios de esta parte de la península tras sus huellas del poeta andaluz: Segovia, Soria, Baeza, necesitábamos cerrar ese círculo, sentíamos que lo teníamos abierto. El viaje supuso tener como cabecera de playa en Toulouse y desde ahí partiríamos en tren hasta Colliure. Fueron días trepidantes conociendo: Carcassonne, Narbonne, Béziers, Montpellier y finalmente, Colliure. En estas ciudades hubiera que destacar el sosiego. Hay lugares aposta para el ocio que no implica gasto alguno como muchos lo han interpretado: beber desaforadamente o música a altos decibelios. Te puedes sentar, de hecho lo hicimos y dejamos que el tiempo transcurriera a igual que los pensamientos o la lectura del libro que nos acompañaba en este periplo –en Iquitos hay pocos espacios para el ocio y para los árboles, es una ciudad que tiene alergia a los árboles. Resaltar la amabilidad de la gente con los peregrinos, sí te perdías te orientaban de rondón; con el móvil se está dejando infelizmente perderse en las ciudades, debería existir un derecho citadino a perderse, así puedes conversar con la población local. Muchos están obsesionados mirando el celular y olvidan el paisaje y paisanaje, pero este viajero parece un cascarrabias con estas observaciones. Pero llegar a Colliure supuso una carga de emociones, en el viaje recitaba los versos de Machado, llegué a él leyendo a Javier Heraud (recuerdo el libro de tapa blanca y roja que me compré del poeta sevillano que debe estar en Iquitos), escuchando a Serrat, por los amigos y recientemente vimos un documental sobre el tramo final de su vida. Arribamos a la estación de tren luego de bajar una pendiente y pasamos por el hotel Quintana donde llegó el vate huyendo de la sangrienta guerra civil española juntamente con su madre, hicimos el mismo camino que él; es de resaltar la buena acogida de la dueña del hotel quien ayudó al poeta hasta después de fallecido. Decían que Machado apenas caminaba, a la madre, el escritor Corpus Barga –quien murió en Lima, tuvo que cargarla y ella preguntaba que sí ya habían llegado a Sevilla. Estuvo exactamente un mes y luego murió, seguidamente falleció la madre. Leer este epílogo de su vida en el museo de Machado en Colliure te remueve todo, sientes que te falta la respiración. Antes habíamos ido al cementerio, miré a F que tenía los ojos llenos de lágrimas. Tenía yo el corazón fuera de su sitio, acongojado. Antes de volver regresamos al cementerio, redactamos una breve carta y la depositamos en el buzón que recoge las misivas que los viandantes le escriben. Los versos emotivos que sirven de título para esta crónica son de Machado que fueron escritos por él en uno de sus paseos por la playa y se encontraron en uno de los bolsillos de su gabán.