¿La justicia poética del putu putu?
Había visto un reportaje por el telediario que mostraba que en el río Guadalquivir, por Sevilla, partes de su recorrido no se podía navegar con facilidad. Como saben, este río y la ciudad de Sevilla eran la puerta de entrada de los barcos que venían de las colonias americanas. La falta de navegabilidad se debía a la eichhornia crassipes o jacinto de agua, los amazónicos lo conocemos como putu putu ¿será que el putu putu está haciendo una suerte de justicia poética contra el saqueo colonial de las carabelas que venían de las Américas? Quién sabe, todo es posible, las plantas que son seres sensibles más sutiles en sus mensajes que los manifiestos acerbos de los antropólogos de cubículos sobre el período del descepe colonial. La bibliografía consultada nos dice que son originarias de las aguas dulces de la Amazonía, otras la señalan en la cuenca de La Plata y América Central. Pero esta bella planta ha colonizado el mundo, no hay continente donde no se la conozca. En América del Norte pisó agua en 1884, en Europa en el siglo XVII, en África arribó en el siglo XVIII, en Asia desembarcó en 1884 y Oceanía se dejó sentir en 1890, está en todas partes, entraron por la seductora belleza que emanan sus flores y hojas, pero pasado el tiempo han sido un serio engorro. En Luisiana, en Estados Unidos, se plantearon traer hipopótamos de África para combatir a los jacintos de agua que estaban por sus cuencas fluviales, pero todo quedó en un disparatado proyecto. La colonización de esta especie es tan fuerte que amenaza a las especies locales y es por ello que el Grupo de Especialista de Especias Invasoras (GEEI) la ha declarado entre las cien especies exóticas más dañinas del mundo, sí, como leen, el putu putu es una especie dañina. Una planta amazónica, acuática y con bella flores en tonos que van del lavanda al rosa está blandiendo sus raíces en todos sus continentes. Es una viajera incansable, quien sabe que la encontraremos en la Luna o en Marte. Esta y otras historias la podemos encontrar en el libro de Stefano Mancuso «El increíble viaje de las plantas», Mancuso no defrauda.